Eva Levy

Serán viudas o no, pero seguirán siendo el sostén de la familia en acogida y cuidados. Generan riqueza oculta ya que no contabilizan si no han tenido un trabajo remunerado.

Uno de los tópicos actuales más frecuentes afirma que estamos saturados de información. Y es verdad que cualquier tiroteo en un remoto lugar se nos comunica en tiempo real. Igual pasa con las desavenencias sentimentales de la figura rosa de turno. Pero esa obsesión por no perderse el último acontecimiento nos oculta evoluciones más profundas, que transforman nuestra sociedad sin que nosotros, que tenemos ojos pero que a menudo no vemos, seamos conscientes de ello.

En los pueblos, en los parques, en las calles de nuestras ciudades, grandes o pequeñas, caminando de su paso tan particular, se las reconocía enseguida. Las viudas, las viudas de siempre, las Bernarda Alba en el peor de los casos, idénticas a sus hermanas de Italia o de Portugal, vestidas de riguroso luto, es decir, de un negro tan negro como el de las tétricas burkas. Con sus medias negras, su traje negro, sus zapatillas negras, su pañuelo negro y su mirada apagada, a menudo apoyándose sobre el brazo de una hija o de una hermana. Las veuves joyeuses eran para los franceses y afrancesados. Claro que todas las que iban de negro no eran viudas, pero ellas representaban la cohorte más numerosa de aquella dolorida legión.

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